Miré el reloj del celular y eran exactamente la 1.30. Dormía hacía casi una hora y me despertaron la sed y una tormenta feroz que azotaba la ventanilla, además de iluminar el colectivo entero con refucilos. Bajé al piso inferior y por suerte encontré una botella de agua fresca. Cuando volví a mi asiento empecé a escuchar los cuchicheos. Al rato ya eran conversaciones airadas que surgían desde el fondo. Traté de dormir otra vez, pero me volvieron a distraer los comentarios ahora más claros: el colectivo se estaba “inundando” allá atrás y los pasajeros empezaron a levantarse tratando no sólo de no mojarse el cuerpo, sino de salvar sus ropas y carteras de esa agua que venía desde el techo e invadía las bodegas altas. Pasaron tres o cuatro personas y fueron directo a hablar con el guarda. Yo no alcanzaba a descifrar lo que decían, pero rescatando alguna frase alcancé a entender que reclamaban alguna solución a la llovedera del fondo. Cuando el guarda subió y pasó varias veces como en tre...
Escritos y desvaríos. Pasen y lean, después me cuentan.