“Creo que la melancolía es, en suma, un problema musical: una disonancia, un ritmo trastornado. Mientras afuera todo sucede con un ritmo vertiginoso de cascada, adentro hay una lentitud exhausta de gota de agua cayendo de tanto en tanto”. Alejandra Pizarnik (El espejo de la melancolía), en La Condesa Sangrienta. Allá voy con mi cartón cuadrado, tablero de un juego de mesa que no recuerdo. Loco caballo motor subo por las piedras que dejó la constructora del...
A una cuadra y media de mi casa, apenas doblando la primera esquina, hay una plaza. Es pequeña y poco agraciada: carece de juegos para chicos y tiene los bordes algo empinados (no hay vereda). Cuando llueve, el barro señorea todo el predio porque los árboles casi no permiten la entrada del sol. En estos días, cuando se acerca el verano, los que más le regalan sombra son la de los llamados siempreverdes o ligustros. A mí, como a casi todo el mundo, los olores me hacen viajar a través de la memoria. No hay mejor método que un viejo aroma para abrir al arcón de los recuerdos. En Posadas existen tantas variedades de olores —se debe, obviamente, a una naturaleza pródiga en plantas y arboledas— que no podría determinar qué cosas combinadas perfuman el aire, pero sí puedo afirmar que a partir de esos aromas sé que estoy en Misiones. Y en el caso del olor de los siempreverdes, son los veranos en Haedo y en la casa de mis abuelos. Me basta dar una pasada por esa plaza, camino...