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Caballos y motores

“Creo que la melancolía es, en suma, un problema musical: una disonancia, un ritmo trastornado. Mientras afuera todo sucede con un ritmo vertiginoso de cascada, adentro hay una lentitud exhausta de gota de agua cayendo de tanto en tanto”.                                                                                                        Alejandra Pizarnik                                               (El espejo de la melancolía), en La Condesa Sangrienta.   Allá voy con mi cartón cuadrado, tablero de un juego de mesa que no recuerdo. Loco caballo motor subo por las piedras que dejó la constructora del...
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Ligustrum lucidum

  A una cuadra y media de mi casa, apenas doblando la primera esquina, hay una plaza. Es pequeña y poco agraciada: carece de juegos para chicos y tiene los bordes algo empinados (no hay vereda). Cuando llueve, el barro señorea todo el predio porque los árboles casi no permiten la entrada del sol. En estos días, cuando se acerca el verano, los que más le regalan sombra son la de los llamados siempreverdes o ligustros. A mí, como a casi todo el mundo, los olores me hacen viajar a través de la memoria. No hay mejor método que un viejo aroma para abrir al arcón de los recuerdos. En Posadas existen tantas variedades de olores —se debe, obviamente, a una naturaleza pródiga en plantas y arboledas— que no podría determinar qué cosas combinadas perfuman el aire, pero sí puedo afirmar que a partir de esos aromas sé que estoy en Misiones. Y en el caso del olor de los siempreverdes, son los veranos en Haedo y en la casa de mis abuelos.   Me basta dar una pasada por esa plaza, camino...

Realidad Páez

    Primera cuestión; la lógica de las redes y el deporte olímpico (y bien argento) de linchar a todo el mundo, al mismo tiempo que nos entretenemos matando ídolos a garrotazos, como decía bien un gran poeta misionero. Segunda cuestión: fijarse obcecadamente en lo que nos incomoda y pasar por alto lo que tienen esas palabras para interpelarnos. Tercera cuestión: la literalidad como impedimento para pensar contextos y leer entre líneas.   Empiezo por acá, por las dudas.  Digo:  Fito podría haberlo hecho mejor. Es un ser sensible, y un tremendo artista. De modo que él, que sabe lidiar con las palabras, podría haberlas puesto más claras y en contexto. Lo voy a decir yo y no para “traducirlo”; es por si alguien no se dio por aludido. No se llega a un nivel tan escandaloso de pobreza si no se admite que se hicieron mal, y hasta muy mal, unas cuantas cosas. Esa falta de autocrítica, de autopercepción de que estamos siendo parte del problema, es uno de lo...

Sobre la orfandad

  El día anterior había sido el día del padre, y por primera vez, si el recuerdo no me falla, no quiso venir a festejarlo en familia. Habíamos planeado una reunión en casa de mi hermano. Tendríamos que buscarlo de mañana en la residencia y llevarlo de vuelta al final de la tarde, pero dijo que no se sentía bien, y estoy convencido que era lo anímico y no otra cosa lo que lo frenó. Al día siguiente, un lunes feriado, fui a verlo y estuvimos los dos solos charlando un rato. Estaba raramente ido, aunque me contestaba más o menos como siempre. Me costó estar ese rato porque no sabía qué contarle, qué preguntarle, y porque su sordera dificultaba las cosas; repetirle una pregunta sonsa por segunda vez y a los gritos me dejaba sin aliento. Nos dimos el abrazo de siempre, lo besé y le acaricié la cara, y salí a la vereda envuelto en una tristeza que a los pocos metros, ya sobre la vereda, se convirtió en lágrimas. Supongo que lo adiviné, aunque todas las veces que yo viajaba y me tenía q...

En las manos

Las manos de Gaby no son chicas ni grandes. Son exactas. Lleva las uñas cortas por oficio: tanto tratar el cuero tiñendo, cortando, pegando, sería un muestrario de mugre permanente difícil de erradicar. Ella elogia siempre las mías, y de paso analiza las líneas. Me dice que hay una, larga, que atraviesa casi perpendicular mi mano derecha y que simboliza la vida. Yo no entiendo de líneas en las manos. Lo único que noto son unos surcos muy cruzados y desparejos. Tal vez tenga razón y sean como mi vida misma. Gaby tuvo una hija que murió una tarde en un hospital de la ciudad por una leucemia fulminante. Todavía no había dejado la teta materna. Se llamaba Ludmila. Y la otra, ya adolescente, se le fue un día por un encono que todavía no comprende demasiado. A veces se la cruza por la misma calle y la ve seguir de largo sin desviar siquiera la mirada. Se llama Lucía. Una tarde, mientras Gaby trabaja el cuero, le acerco un mate y observo, cerca del pulgar y hasta la muñeca, una cica...

Expreso Titanic

Miré el reloj del celular y eran exactamente la 1.30. Dormía hacía casi una hora y me despertaron la sed y una tormenta feroz que azotaba la ventanilla, además de iluminar el colectivo entero con refucilos. Bajé al piso inferior y por suerte encontré una botella de agua fresca. Cuando volví a mi asiento empecé a escuchar los cuchicheos. Al rato ya eran conversaciones airadas que surgían desde el fondo. Traté de dormir otra vez, pero me volvieron a distraer los comentarios ahora más claros: el colectivo se estaba “inundando” allá atrás y los pasajeros empezaron a levantarse tratando no sólo de no mojarse el cuerpo, sino de salvar sus ropas y carteras de esa agua que venía desde el techo e invadía las bodegas altas. Pasaron tres o cuatro personas y fueron directo a hablar con el guarda. Yo no alcanzaba a descifrar lo que decían, pero rescatando alguna frase alcancé a entender que reclamaban alguna solución a la llovedera del fondo. Cuando el guarda subió y pasó varias veces como en tre...

El bicho

         Se levanta de golpe, sobresaltada.  Mira el rincón con repugnancia y sale del dormitorio con la espalda apretada sobre una de las paredes. Ese bicho. Busca a su padre en la habitación contigua, en medio de la penumbra. Se para al lado de su cama, y lo increpa: —Papá. Matá a ese bicho… Tomás aparta la sábana que le cubre la mitad de la cara y procura entender, sumergido en la niebla del sueño. Dice algo entre dientes mientras se calza las pantuflas. Siente los ojos de lechuza de su hija clavados en cada uno sus movimientos. Otra vez el bicho. Estoy harto. —El bicho, papá— repite Teresa como una letanía y con esa voz que viene vaya a saber de dónde. Entonces Tomás decide hacer otra jugada. Toma el escurridor de pisos apoyado en la pared del lavadero. Con su hija pisándole los talones, traspasa el umbral de la puerta del living y en otros diez pasos entra al dormitorio de ella. —¿Dónde está..? —Ahí en el rincón. Qu...